miércoles, 10 de octubre de 2012

Cosas de mamá

Cuando estás de Erasmus y tienes que hacer tú todo por ti misma te das cuenta de todas esas cosas que siempre te dice tu madre cuando estás en casa, pero que tú tiendes a  ignorar con mucha facilidad. Podría afirmar que todos, en algún momento de nuestra vida, experimentamos esta sensación. Mi momento ha llegado ahora y es cuando me he dado cuenta de muchas cosas. Aquí os dejo una lista que estoy segura de que irá creciendo.

  • “Hija, da la vuelta a los calcetines porque luego no se lavan bien en la lavadora”. Efectivamente, si no les das la vuelta, siguen estando sucios.
  • Echar agua a la taza del desayuno. Cuántas veces me habrá dicho mi madre que no dejase la taza del desayuno sin agua en el fregadero porque sino después era muy difícil quitar los restos de ColaCao. Aquí los restos son de O´boy, pero cuesta lo mismo quitarlos.
  • Limpiar las huellas de los armarios. Y es que de verdad están ahí. He necesitado 24 años y 3600 kilómetros de distancia para encontrarlas.
·        Dar la vuelta al colchón de vez en cuando. Más que nada, para que no se deforme. En este caso, la teoría estaba aprendida pero la práctica no ha funcionado, fundamentalmente porque no duermo en un colchón sino en una colchoneta. Pero el consejo sigue siendo igual de bueno.
·        Traerse botas de montaña a Laponia (y la ropa de esquiar). Sí, mi madre es muy sabia pensaréis. Y efectivamente lo es, pero eso es lo único que no he sacado yo de ella. Pues toda mi equipación de invierno se ha quedado en Madrid, donde el termómetro rara vez marca grados negativos.
·        Lavar una mancha antes de que pase el tiempo. Algo obvio. Pero cuando estás aquí, viviendo bajo mínimos y no tienes en tu poder KH7, ni sucedáneo. Ni tampoco la capacidad de tu madre para quitar manchas hasta de las vacas, es mejor que te laves la ropa en el momento en el que se mancha.
·        Escurrir bien la bayeta. Sí, porque si no la escurres bien, cada vez estará más grasienta. Pero escurrir no es sólo quitar el agua, prueba a frotar bien, ya verás cómo se queda mucho mejor.
·        Poner los trapos en lejía de vez en cuando. Mano de santo. Cuando el trapo huele mal o está muy sucio, no te lo pienses dos veces. Al fregadero con un poquito de lejía y se queda como nuevo.
·        Reciclar el aceite. Un bien muy valioso en nuestro país, pero muy caro en el extranjero. Tenemos la encimera llena de vasos de plástico con el aceite que nos va sobrando y que vamos reciclando. ¡Hasta para abrir cerraduras lo usamos!
·        Aderezar cada comida. De repente descubres que la comida, según viene del supermercado, no tiene ningún sabor. Y no dejas de preguntarte: ¿cómo es posible que en mi casa todo sepa tan bien? Especias. Esa es tu respuesta. Pero hay que saber bien cómo usarlas…
·        Congelar comida. Las cosas tienen fecha de caducidad, así que para no tener que ir a comprar día sí y día también, utiliza el congelador.
·        Las pelusas existen, no las ignores. Y además, no se recogen solas. Increíble, pero cierto. La escoba, mi mejor aliada.

Estoy segura de que cualquiera de vosotros podría añadir líneas a esta lista; así como de que estaréis de acuerdo conmigo al afirmar que la sabiduría de las madres es infinita.

sábado, 6 de octubre de 2012

Pyhä, por encima del Círculo Polar Ártico

Aquí, en Finlandia, las excursiones se consideran parte de la educación incluso en la etapa universitaria; así que, gracias a ello, viajamos hasta Pyhätunturi, una zona al noreste de Rovaniemi, como una ración más dentro de la asignatura “Introduction to the Arctic” (Introducción al Ártico).

Las advertencias nos indicaban que fuéramos preparadas para el frío, con ropa térmica y resistente al agua. Las previsiones eran de 5ºC de máxima, pero al menos la lluvia no estaría presente. Éstas y unas indicaciones más acerca de un trabajo de campo que teníamos que hacer eran toda la información con la que contábamos. Teníamos un escueto programa sobre la excursión, pero se olvidaba de detallar aspectos como el menú o cómo sería el sitio donde nos íbamos a alojar. Varias inquietudes que también guardamos en la maleta.

El lunes 24 de septiembre, sobre las 9 de la mañana, marchábamos en autobús toda la clase, junto con las dos profesoras que nos habían estado enseñando diferentes aspectos sobre el Ártico, la coordinadora del programa y el coordinador de estudios internacionales. A pesar de que muchos compañeros aprovecharan el trayecto para “descansar la vista” o “reflexionar con los ojos cerrados”, fue una oportunidad única de poder disfrutar del paisaje que ofrece este rincón de Europa de una forma diferente a cuando vas en bici.  Toda la taiga o, sencillamente, el bosque (forest) como ellos lo llaman, se presentaba ante nosotras de una manera espectacular. Además del precioso paisaje, algunas profesoras también se sirvieron del tiempo dentro del autobús para dar explicaciones sobre lo que estábamos viendo, sobre el clima y cómo la población hacía uso de tanta naturaleza.

La primera parada fue “Kopara Reindeer Farm”, una granja de renos. Nada más bajar del autobús pudimos percibir esa advertencia sobre la necesidad de llevar ropa térmica. ¡¡Menudo frío!! Pero las ganas de ver y fotografiar renos podían con todo. A pesar de que una de nuestras profesoras intentara captar nuestra atención por todos los medios para darnos algunas explicaciones sobre cómo son los renos, cómo viven y como sirven para fomentar la economía del país, los renos que paseaban a sólo centímetros de nosotros nos intrigaban mucho más. Además, cada uno de nosotros llevábamos un cubo con pienso para poder alimentarles. Sí, sí, lo habéis leído bien. Yo llevaba un cubo de pienso en la mano para alimentar a renos. Es que ni yo misma me lo creo todavía. Me costó atreverme, si os soy sincera, pero tras la insistencia de una de las profesoras, decidí lanzarme. Al fin y al cabo, pocas oportunidades más voy a tener en mi vida para poder dar de comer a un reno. Y no acaba aquí. ¿Sabéis cómo les di de comer? ¡¡Con mi propia mano!! ¡Sin guante ni nada, con la carne tocando sus babas! Muy fuerte.

Lo gracioso de todo esto es que, justo después de alimentar a los renos, nos alimentaron ellos a nosotros. Lunch time (hora de comer) a las 11.30 de la mañana. Menú: sopa de reno. Alucinante. Aunque he de decir, que aquí a cualquier cosa con caldo le llaman sopa. Este plato, en España, se habría llamado carne guisada. Teniendo en cuenta que no me gusta la sopa y que no soy muy amiga de la carne, puedo afirmar que la combinación no estaba del todo mal.

Después de la comida, nos encontrábamos de nuevo en el autobús rumbo a Pyhä-Luosto National Park, un parque natural. Esta estación comenzaba con una visita al museo y una presentación del parque. Y a continuación, una marcha por una de sus rutas para disfrutar de lo que la naturaleza ofrece en este clima y de lo diferente que es a todos los entornos naturales por los que me le rodeado a lo largo de mi vida. Mentiría si dijera que no fue cansada y algo dura, pero aún así, mereció la pena. Disfruté mucho de cada rincón. Además, teníamos que hacer un trabajo de campo que consistía en tomar fotografías de cosas que representaran al Ártico y cosas, que por el contrario, no lo hicieran. Me sirvió para ir con los ojos muy abiertos, muy despierta y atenta a cada detalle.

Hicimos una primera parada, antes de cumplir la mitad del camino, en un “fireplace”, que son lugares reservados para hacer fuego en medio de la naturaleza. Es una tradición finlandesa con la que todo el mundo aprovecha para tomarse unas salchichas a la brasa.

El camino continuó presentando diferentes formas y colores hasta llegar a la “meta”, una cascada natural entre dos pequeñas montañas. En ese punto, dos opciones de retorno al autobús: el camino largo, de unos seis kilómetros con unas escaleras horribles cuesta arriba; o el camino corto, de menos de tres kilómetros y mucho más sencillo. Adivinad cuál cogí. Sí, obviamente, el corto. A diferencia del resto de la clase, que decidió exprimir su capacidad física. Así que volví tranquilamente junto con cinco compañeras más y dos profesores hasta el autobús.

Al finalizar la marcha, la inquietud crecía, pues se acercaba el momento de conocer dónde íbamos a dormir y con quién. El coordinador de estudios internacionales se tomó la libertad de dividirnos por grupos en función del número de camas por habitación, aunque gracias a Dios, decidió dejarme con mi amiga Ana María y una chica australiana. Al llegar, las dudas se calmaron al darnos cuenta de que era un hotel que, de hecho, estaba bastante bien y que la habitación tenía hasta baño. Después de unos sándwiches hechos desde casa, de quitarnos las botas con las que llevábamos más de 12 horas y una caminata a cuestas y de una conversación en inglés sobre la enfermedad celíaca con nuestra compañera australiana, nos metimos en la cama hasta la mañana siguiente.

El día comenzó con un desayuno bien cargado y al estilo finlandés y enseguida nos pusimos en marcha, de nuevo. Esta vez nos tocaba dirigirnos a Suvanto Village, un pequeño pueblo con un valor histórico muy importante. Era el único pueblo que no había sido reconstruido después de la Segunda Guerra Mundial, y conservaba las casas originales.

Desde Suvanto, a la mesa otra vez. Ya eran las 11,30 y tocaba comer. Fuimos a un centro de Formación Profesional (Vocational school, aquí) donde comimos un menú muy similar al que tenemos habitualmente en la universidad.

Y ya desde allí, nos trasladamos hasta nuestro último destino: Pirttikoski Hydro-electrical Power Station, una central hidroeléctrica. Con la cantidad de agua que hay aquí, este tipo de centrales son muy comunes y numerosas. Nada más llegar, nos tenían preparada una merienda (a las 14.00h) y una sala donde una de nuestras profesoras nos haría una presentación sobre la hidroelectricidad en general y esta central en particular. Y aunque toda la explicación fue bastante interesante, tengo que compartir con vosotros un detalle que nos hizo estallar en un ataque de risa a Ana María y a mí. Y es que, desde que llegamos a este pueblecito, estábamos preguntándonos cómo era posible que no hubiera pescado en los supermercados si estábamos en el Polo Norte. Pues bien, en esta central encontramos la respuesta. Y es que los peces se meten por los conductos que llevan hasta las turbinas. Por lo que hay mucha escasez de peces. Así que aquí, lo único que comen, es sushi.

Después de esta aclaración, nos llevaron hasta la central en sí y nos equiparon con cascos a todos. Nos estuvieron enseñando cómo eran las turbinas y los canales por los que pasaba el agua. También toda la maquinaria y la sala de control. 

Y, después de sentirnos ingenieros por unas horas, nos metimos en el autobús de vuelta a casa con la tarjeta de la cámara a punto de rozar su límite.